lunes, 9 de noviembre de 2009

Los otros muros


Un día como hoy, vale la pena recordar que existen otros muros en pie a lo largo de nuestro planeta. Para ello, me hago eco de un artículo titulado LOS OTROS MUROS de Marta Del Vado publicado en la revista Foreign Policy.
Ahi os dejo el texto íntegro de todas formas:

LOS OTROS MUROS
Marta Del Vado

Hace 20 años cayó el Muro de Berlín. El mundo pensó que sería el último, pero desde entonces se han levantado otros muchos. FP Edición española ha seleccionado tres de los más significativos y ha preguntado a expertos de ambos lados por su visión de estas fronteras artificiales.
La caída del muro de Berlín supuso un antes y un después en las relaciones internacionales a finales del siglo XX. Un hito histórico que todavía hoy, dos décadas después, se conmemora como el reflejo de la concordia. Fue el símbolo del derrumbe de 30 años de separación, de diferencias, de odio cultivado. Pareció ser el punto y final de una política –o de la ausencia de ella– que daba paso a la diplomacia internacional como herramienta estrella para la resolución de conflictos. Pero ahora, con la perspectiva que da echar la vista atrás, su caída no fue más que el principio; el punto y seguido de una larga lista de muros que están en pie, y que crecen, en pleno siglo XXI.
Son barreras kilométricas de hormigón, acero y alambradas de espino creadas por los gobiernos para hacer frente a conflictos latentes. Algunas vienen arrastrando su existencia desde hace décadas, como la que divide las dos Coreas, o las que separan el Sáhara Occidental, Belfast o la isla de Chipre. La mayoría, sin embargo, han sido levantadas en la era post Berlín, como es el caso del muro entre Estados Unidos y México, el de Israel en Cisjordania, las vallas de Ceuta y Melilla, los muros que separan a las distintas comunidades en Bagdad, el de Arabia Saudí y Yemen, o el que aísla las favelas de Río de Janeiro. Las razones por las que se han construido varían. Las secuelas que dejan tienen rostros, nombres y lugares diferentes. Pero todas estas fronteras artificiales, según el Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas, comparten una misma consecuencia: vulneran el derecho internacional, de manera directa o indirecta.
La inmigración ilegal es uno de los grandes problemas de la nueva centuria. Algunos gobiernos se han visto incapaces de crear políticas migratorias efectivas que detengan o eviten auténticas avalanchas humanas hacia regiones más prósperas. Países como España, Estados Unidos o China han encontrado soluciones a este fenómeno levantando vallas en la frontera marroquí de Ceuta y Melilla, un muro a lo largo de la frontera con México o con Corea del Norte. Todos, por cierto, construidos durante los últimos doce años.
La lucha contra el terrorismo es otra de las grandes justificaciones para la existencia de estas fronteras de hormigón. Es el caso de Israel que, en 2002, empezó a levantar una barrera de más de setecientos kilómetros alegando razones de seguridad, para evitar ataques terroristas de extremistas islámicos. Hoy en día sigue en pie a pesar de que, en 2004, el Tribunal Internacional de Justicia de La Haya dictaminara el derribo del muro, construido en un 85% en territorio palestino. No es una solución aislada, sino una tendencia creciente. Este mismo verano, Pakistán ha hecho pública su intención de construir un muro en su frontera con Afganistán para evitar el movimiento de la insurgencia talibán y el contrabando por la zona noreste del país.
El narcotráfico es otra de las razones que alegan los Ejecutivos para defender estas barreras. Es el caso de Estados Unidos o de Irán. Para detener el flujo ilegal de drogas, Teherán puso en marcha, en 2007, un proyecto para tapiar su frontera con Pakistán con 700 kilómetros de cemento y acero. Los conflictos territoriales son otro gran argumento para la persistencia de estas barreras. La más antigua, la que dibujan miles de soldados en el paralelo 38, en la frontera entre las dos Coreas. Lleva en pie desde 1953 y representa una solución de paz para dos países que, técnicamente, continúan en guerra. Chipre es un país dividido de norte a sur: 300 kilómetros de hormigón pasan por el corazón de Nicosia desde 1974, separando a las comunidades griega y turca. Bajo este argumento se mantiene también el muro de Marruecos en el Sáhara Occidental, uno de los más largos del planeta. Una barrera militarizada, de más de 2.500 kilómetros de longitud, bordeada por vallas de espino e inundada por millones de minas antipersona desde 1987.
Estas paredes se han levantado también para evitar conflictos internos. Es el caso de la ciudad de Belfast, por la que, todavía hoy, cruzan los muros que dividen a católicos de protestantes para evitar actos terroristas entre ellos. O de Bagdad, una ciudad completamente amurallada desde 2007 como estrategia de seguridad de Estados Unidos para impedir ataques sectarios.
A esta retahíla de argumentos para la construcción de estas barreras se suma uno medioambiental, la de frenar la deforestación que alegó el Gobierno del Estado de Río de Janeiro para empezar a construir, a finales de 2008, un muro que impide la expansión de las favelas a las zonas más ricas de la ciudad.
Las consecuencias de la existencia de estos muros son múltiples, pero tienen un denominador común: recaen siempre sobre la población civil. Prohíben el libre tránsito de las personas, aíslan a poblaciones enteras, separan a familias, obligan a los inmigrantes a buscar rutas más arriesgadas de tránsito, segregan, discriminan y fomentan el odio entre comunidades o naciones.
Hoy, 20 años después, los muros de Berlín se han multiplicado por todo el planeta. Todos diferentes en sus raíces y causas, pero todos son la materialización de un fracaso. O de varios. Fracaso de políticas migratorias. Fracaso de políticas sociales y laborales. Fracaso en materia de seguridad y defensa. Fracaso en la capacidad de negociación, de diálogo, de acuerdo, fracaso de cooperación. En definitiva, fracaso de los gobernantes, que han encontrado en estos muros la solución física para los conflictos que son incapaces de solventar por la vía de la diplomacia.

EE UU-MÉXICO

UNA SOLUCIÓN SIMPLISTA
Estados Unidos resolvió en 2006 completar un gigantesco muro en su frontera sur para reducir el número de indocumentados que ingresan en su territorio. Quizá lo hizo ignorando que, al igual que otras murallas, ésta representa una solución simplista condenada a caer en los vicios alertados por la comunidad internacional.
La violación de los derechos humanos es su efecto más visible. Ante la incapacidad de cualquier muro de frenar el deseo del hombre por buscar una vida mejor, los cruces continúan pero con un riesgo mucho mayor, pues ahora se producen en zonas más inhóspitas y peligrosas del desierto. Los más afortunados logran atravesar la frontera tras varios días de insufribles precariedades, mientras que a otros simplemente no les alcanzan las fuerzas. Aunque resulta imposible tener cifras exactas, el número de fallecimientos se ha multiplicado desde 1994, cuando arrancó la construcción de los primeros tramos del muro. Cálculos conservadores de la Secretaría de Relaciones Exteriores de México señalan que más de 5.000 personas han muerto desde entonces; una cantidad mucho mayor a la provocada durante 28 años por otro muro, el de Berlín, que con tanto ahínco EE UU luchó por derribar.
Pero esto no es todo. El mayor riesgo conlleva la necesidad de mecanismos cada vez más sofisticados y onerosos para realizar las incursiones, lo que se ha traducido en el incremento exponencial de las sumas que quienes buscan el sueño americano deben pagar a los coyotes y la construcción de túneles de toda longitud y diámetro. El precio por cruzar puede superar con facilidad los 3.000 dólares.
Así, la muralla propicia el lucro de una mafia multimillonaria que utiliza su infraestructura subterránea no sólo para el tráfico ilegal de personas, sino también de sustancias prohibidas y armas.
A pesar de que los datos más recientes del Pew Hispanic Center reflejan un descenso en el flujo de irregulares, es difícil atribuir este resultado al muro cuando factores como la crisis económica también sirven como inhibidor. Sin embargo, aun en el supuesto de que el muro esté cumpliendo parcialmente su objetivo, es necesario plantear si aquello merece el sufrimiento y las muertes que está provocando, por no mencionar el crecimiento de organizaciones delictivas capaces de atentar contra la seguridad nacional, bajo cuya justificación –paradójicamente– se motivó la construcción de esta enorme pared.
Este muro no es el antídoto para mitigar la inmigración ilegal. La única solución real es una reforma migratoria integral. Esta política facilitaría a EE UU un mayor control de su frontera. Por supuesto, México debe también hacer su parte, reforzando su vigilancia fronteriza y emprendiendo reformas estructurales fundamentales para generar empleo de calidad en su territorio. Sólo así evitará el coste socioeconómico que genera la fuga de valioso capital humano.
Mauricio Rodas Espinel es director general de la Fundación Ethos de México
NECESIDAD POLÍTICA
Si las fronteras son cicatrices de la historia, el muro que se está construyendo entre México y Estados Unidos es como un torniquete que se le aplica a una herida abierta, en un desierto donde la historia aún no se ha resuelto.
La frontera norteamericana, por más dramáticos que sean los contrastes entre los dos lados de sus más de 3.000 kilómetros, no representa un frente bélico. No es la línea divisora en Corea ni el muro de Israel ni el de Berlín de otros tiempos. La superpotencia estadounidense ni siquiera tiene que movilizar tropas para protegerla.
Es una cuestión de simbolismo político, no de seguridad. Pero lo más curioso es que en Estados Unidos el muro fronterizo no representa un rechazo a una reforma liberal migratoria. Al contrario: debe considerarse como el precio a pagar por tal reforma. El esfuerzo arrancó en 2006, cuando el fallecido senador Edward Kennedy y el republicano John McCain propusieron al Congreso una ley de amnistía (sin llamarla así) a los millones de indocumentados que se encontraban ya en el país, pero fue derrotada, y el esfuerzo lanzado al mismo tiempo para fortalecer el cumplimiento de las leyes migratorias ha seguido adelante.
Barack Obama entró en la Casa Blanca prometiendo seguir la línea McCain-Kennedy. Sin embargo, el muro sigue construyéndose, y las deportaciones han continuado. No es por inercia. El cálculo político es que el público estadounidense no apoyará reforma alguna hasta que sienta que el Gobierno está fortaleciendo la frontera y el Estado de Derecho.
A mediados de los 80 hubo una amnistía para tres millones de indocumentados (ahora serían 12 millones). La legalización, entonces, de inmigrantes irregulares fue acompañada por el compromiso de hacer respetar la ley y controlar el flujo. La Administración no cumplió su parte y el Congreso no autorizó la suficiente inmigración legal durante las últimas dos décadas, lo que derivó en la importación de más mano de obra indocumentada que antes. Y ahora, el Ejecutivo no tiene credibilidad al decir que se trata de la última regularización.
Con la recesión actual, el número de mexicanos que ha emigrado a Estados Unidos ha caído considerablemente (en torno a un 30% o 40%), al igual que el flujo de las remesas. Cada año regresan a México más de 450.000 personas, pero esta cifra no se ha disparado con la crisis. ¿La razón? Con la construcción del muro y el aumento de los guardias fronterizos, el cruce resulta más costoso y difícil, por lo que muchos mexicanos se lo piensan dos veces antes de volver. Es decir, la circularidad de la migración entre los países se ve interrumpida, atrapando a los mexicanos al norte, no al sur de la frontera.
El muro, después de todo, es una necesidad política, divorciada de la realidad económica o de lo que requiera la seguridad nacional.
Andrés Martínez es director del Programa Bernard L. Schwartz Fellows de la New America Foundation (EE UU).


CEUTA/MELILLA-MARRUECOS

BUENA VECINDAD
La valla no representa tanto la diferencia entre Melilla y la vecina provincia marroquí de Nador como la desigualdad entre la rica Europa (unos 25.000 euros de renta per cápita) y el África subsahariana (menos de 550 euros). No es casualidad que su construcción se inicie a finales de los 90, tras la entrada en vigor del Acuerdo de Schengen. La valla es la respuesta española a las exigencias europeas sobre el control de las fronteras exteriores.
El PIB de España es casi 20 veces el de Marruecos. Con la excepción de las dos Coreas es la diferencia de renta más alta entre países vecinos. Sin embargo, esta frontera no es una línea de guerra, sino que materializa una oportunidad de enlace. Mientras que la valla simboliza la separación del exterior, la frontera es sinónimo de paso. Así lo demuestran cada día las más 20.000 personas que la cruzan a ambos lados a través de varios puestos fronterizos.
La entrada de España en la UE en 1986 ha hecho olvidar a los españoles lo típico que era pasar a Francia. Siempre había oportunidades que no se encontraban en su país, y con mejores condiciones y precios. Treinta años después, el Mercado Único y Schengen han diluido estas diferencias.
Para los marroquíes, Melilla no deja de ser un pedazo de la UE con muchas oportunidades de empleo, educación, comercio y atención sanitaria. De hecho, cerca de 2.500 nadorenses tienen contratos de trabajo en esta ciudad y atraviesan diariamente la frontera para ir a trabajar.
Aunque tradicionalmente Melilla (y Ceuta) generan tensiones en las relaciones oficiales entre Madrid y Rabat, para melillenses y nadorenses, ajenos a la alta política, la convivencia ofrece numerosas oportunidades. De hecho, pese a sus nobles propósitos, la Política Europea de Vecindad de la UE no ha conseguido aún materializar proyectos en una frontera en la que la vecindad –con minúscula– funciona día a día. Esto es algo que no debería desaprovecharse.
José María López Bueno es presidente de la Sociedad Pública para la Promoción Económica de Melilla
EL MIEDO AL OTRO
La política europea que ha impulsado la construcción de estos muros de Ceuta y Melilla simboliza el repliegue identitario que causa estragos no sólo en Europa sino en todo el mundo desde hace casi dos decenios.
¿Representan estos cercados de hierro de 20 kilómetros de largo y seis metros de alto el deseo de retorno al origen del Viejo Continente? De hecho, la mitología griega, fuente fundamental de la identidad europea, se refiere a las columnas de Hércules o, dicho de otra forma, a Gibraltar en Europa y el monte Abyla en África, como la separación entre el mundo civilizado y el de los salvajes. Existe la tentación de pensar en el resurgir de ese miedo ancestral cuando se oyen las declaraciones del ministro alemán del Interior, Wolfgang Schäuble, felicitándose”, en abril de 2007, de que “los ciudadanos [europeos] esperan que la Unión Europea les asegure una protección eficaz de sus fronteras exteriores”. De hecho, la Unión acababa de aprobar la creación de la fuerza de intervención, compuesta de 116 buques, una treintena de helicópteros y más de veinte aviones, además de varias centenas de policías de frontera. Así como toda una panoplia de equipamientos de vigilancia, radares y cámaras ultrasofisticadas para controlar las fronteras marítimas del sur de Europa. Estos dos muros, coronados de alambre de espino y con un sistema de detección de ruido y movimiento, fueron la primera gran construcción del presente milenio financiada con fondos de la Unión Europea en el continente africano.
Con esto, además de las barreras jurídicas que se instalaron en Europa contra la inmigración hace unos años, se suman las barricadas físicas móviles (Frontex) o fijas (los muros de los dos enclaves). Los graves incidentes ocurridos en 2005, cuando murieron varios inmigrantes en la frontera, recordaron el tristemente célebre death-strip (franja de la muerte) del muro de Berlín. Este triste episodio provocó, por una parte, un exceso de mediatización de los inmigrantes subsaharianos en Marruecos y en el Magreb, que generó más xenofobia y agresividad, traducidas en ataques, delaciones y sospechas por parte de los autóctonos; y por otra, la búsqueda de una nueva vía de acceso al territorio europeo, aún más peligrosa, a través del archipiélago canario. El resultado, según algunas estimaciones españolas de 2006, fue que 6.000 inmigrantes murieron al intentar alcanzar Canarias en embarcaciones precarias.
Otro resultado, inesperado, de los muros de Ceuta y Melilla fue la excitación del deseo de alcanzar Europa costara lo que costara. Lo sabemos bien y desde siempre: ¡lo prohibido sabe mejor! No en vano, habría que recordar que hasta comienzos de los 90 muchos países europeos no habían establecido todavía ni muros ni visados y, sin embargo, Europa no fue invadida por nadie.
Maâti Monjib, profesor de la Universidad de Rabat, es Patkin Fellow en la Brookings Institution, Washington DC, EE UU.


ISRAEL-CISJORDANIA

JAULA PARA LA ESPERANZA
En 2004, el Tribunal Internacional de Justicia de La Haya determinó que el muro israelí es ilegal según el derecho internacional, y que Tel Aviv debería parar su construcción, desmantelar lo construido y ofrecer compensaciones por lo destruido. Además, estipulaba que es parte del asentamiento ilegal de Israel en los territorios ocupados, que también debía detenerse. Después, la Asamblea General de la ONU aprobó la resolución ES-10/15, que apelaba a Israel a cumplir el dictamen del Alto Tribunal.
Al contrario de lo que muchos creen, el muro no se ha construido en el lado israelí de la Línea Verde, la división reconocida internacionalmente como separación entre Israel y los territorios palestinos ocupados. Cuando esté terminado, recorrerá 720 kilómetros, de los que un 82% estará en tierra palestina ocupada. El muro penetra 22 kilómetros en Cisjordania, y un 10% de la población palestina, sobre todo quienes viven en Jerusalén Este, se encontrarán atrapados entre la Línea Verde y el muro.
El trazado se hizo de tal modo que abarcara tanta tierra como fuera posible del lado Oeste y al mismo tiempo asfixiara a las poblaciones palestinas al Este. El resultado es el aislamiento y la creación de guetos. Los granjeros palestinos no pueden acceder a sus tierras, con lo que las cosechas se pierden. Los olivos han sido arrancados y destruidos. Los hombres y las mujeres no pueden llegar a sus trabajos ni los estudiantes a sus escuelas. Los palestinos no tienen control sobre sus tierras o sus propiedades.
En 2007, se demolieron unas 165 casas y se arrasaron numerosas tierras de cultivo, la mayor parte en Jerusalén y sus alrededores. Está previsto construir carreteras y túneles que permitan a los israelíes conectar sus asentamientos sin tener que atravesar pueblos palestinos o rodear todo el muro. Hay 17 pasos alrededor de Jerusalén y sólo tres para los cisjordanos. También hay 63 puestos de control y accesos israelíes a lo largo del muro, pero no en todos se permite pasar a los palestinos y la mayoría abre sólo durante unas horas. Para acceder a Jerusalén o cualquier otro lugar de Israel, un palestino necesita un visado israelí. Esta táctica previene la libertad de movimientos de los palestinos entre Jerusalén Este, el resto de Palestina y Cisjordania.
Este muro no sólo hace imposible la idea de alcanzar un Estado palestino viable, sino que también hace imposible imaginar qué tipo de sociedad puede surgir de semejante opresión. El pueblo palestino vive en una jaula de esperanza perdida. Su mente ha sido moldeada por la ocupación, la destrucción, el abandono, la humillación, la deshumanización y la pérdida absoluta de cualquier control sobre sus vidas.
Ghassan Khatib ha sido ministro del Gobierno de la Autoridad Nacional Palestina. Este artículo ha sido escrito en colaboración con Alia Amat
SALVAR VIDAS
En 2002, los atentados terroristas suicidas palestinos en las calles, centros comerciales, guarderías y autobuses israelíes llegaron a tal punto que los ciudadanos tenían miedo de salir de sus casas, de mandar a sus hijos al colegio y de subir a un autobús. Ésa era la situación cuando el Gobierno israelí adoptó la decisión de construir un obstáculo físico entre los terroristas palestinos y sus víctimas.
Desde el inicio de su construcción, la valla de seguridad ha recibido muchas críticas. En algunos casos, por causas legítimas, y en muchos más, por razones políticas y propagandísticas. Sin embargo, ni tan siquiera todas las críticas pueden cambiar los hechos: las cifras. El número de atentados suicidas se ha reducido un 95%, y el número de víctimas ha descendido un 98%. Los datos muestran que la valla de seguridad no sólo es un instrumento legítimo de autodefensa, sino que también salva vidas.
De sus proyectados 720 kilómetros de longitud, el 95% está compuesto de alambradas y sensores electrónicos. Sólo un 5% del trazado es muro de hormigón. Por esta razón, está claro que la denominación más adecuada es la de valla, y no la de muro. Su ancho, de 40 metros, es similar al de una autovía de cuatro carriles, con un sistema de detección en su centro. Los tramos construidos en cemento están destinados no sólo a evitar la infiltración de terroristas, sino también a bloquear sus disparos contra los vehículos israelíes que viajan por las carreteras adyacentes.
Al contrario que otras vallas en otros lugares del mundo –que tiene como razón de ser evitar la inmigración de personas que buscan trabajo y una vida mejor–, el caso israelí es completamente diferente. Su único objetivo es proteger la vida de sus ciudadanos de los ataques terroristas. El día en el que cese el terrorismo, desaparecerá.
El Tribunal Supremo de Israel ha establecido que la construcción de la valla es conforme a las leyes internacionales, aunque en algunos casos obligó al Gobierno israelí a cambiar su trazado. Sus sentencias se han basado en buscar un equilibrio entre los perjuicios que causa la valla en la vida de los palestinos, por una parte, y el derecho a la vida de los israelíes, por otra.
A nadie le gusta vivir con barreras. A los israelíes tampoco. Esperamos que llegue el momento en el que la valla no sea necesaria y podamos vivir en paz con nuestros vecinos.
Lior Haiat es portavoz de la Embajada israelí en España

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