jueves, 12 de noviembre de 2009

El Alakrana y lo políticamente correcto


Antes de nada, subrayar que es muy fácil hablar cuando la tragedia que viven numerosas familias es ajena por completo a mi persona.
Sin embargo y no se molesten, no dejo de sorprenderme al oír buena parte de los discursos y opiniones sobre la crisis del Alakrana. Casi todas, reman en una misma dirección: devolver por lo civil o lo criminal a los piratas apresados hace ya algunas semanas a Somalia para, así, acelerar el rescate de los atuneros gallegos y vascos.
Con menor brío, pero de forma clara, también se habla de efectuar el correspondiente pago por su liberación. Una vez cumplidas ambas, premisas, la pesadilla habrá terminado.
¿Seguro? ¿Alguien puede garantizar que esos mismos piratas, con medios y armamento más sofisticado (lo normal es que inviertan parte del dinero del rescate en mejorar su arsenal y sus equipos de asalto y piratería además de en otros placeres) y con sus colegas encerrados en alguna cárcel de un estado fallido (y por tanto, con enormes opciones de salir de ella rápidamente) no aborden otro barco dentro de poco?
Es lógico que el Estado vele por la integridad de sus ciudadanos y que se deje la piel en la tarea. Sin embargo, acceder a las peticiones de los piratas no parece la forma más segura de acabar con un problema que se puede enquistar aún más en el tiempo.
Así las cosas, la opción podría ser la militar, aunque lógicamente implica un enorme riesgo para los marineros y para todos aquellos que tomasen parte en él. Si algo saliese mal, la responsabilidad sería del Gobierno de turno, obviando que el barco se encontraba fuera de la zona protegida por las fuerzas internacionales porque así lo estimó el armador o patrón correspondiente desoyendo los consejos de las autoridades.
Precisamente por ese riesgo, casi nadie quiere abrir esa puerta. Un alivio para todas las familias de los pescadores y de los militares desplazados en la zona y que pondrían su vida en juego.
Sin embargo, al cerrar esa puerta, se entorna un tanto la puerta del derecho y la legalidad y, sobre todo, se deja vía libre a unos piratas que reafirman su fe y comprueban que ese es el camino, un camino arriesgado pero con final feliz en la mayoría de oportunidades.

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