jueves, 28 de enero de 2010
Mi particular reforma laboral
Supongo que fui un estudiante con suerte, sobre todo, si me comparas con los jóvenes que salen ahora de las numerosas universidades que hay en nuestro país. Fui afortunado porque nada más cruzar la puerta de salida encontré un puesto de trabajo que se correspondía con mis cualificaciones. Lógicamente, se trataban de unas prácticas. Remuneradas, escasamente para mi gusto, pero remuneradas. Tal era la pasión por mi profesión (periodismo para quien lo desconozca), que yo mismo incentivé a mis jefes para incumplir la legalidad y trabajar los fines de semana. La causa no era otra que la sección de deportes, la meta que me había marcado desde pequeño, y para alcanzarla no quedaba otra que adentrarme por voluntad propia en el turno más denostado de la profesión.
Como digo, lo hice conscientemente, disfruté y, sobre todo, se ve que hice méritos puesto que, finalizado aquel verano, logre un contrato temporal de seis meses en dicha empresa y además, en mi adorada sección. A dicho acuerdo, le sucedió otro y, después, el primer contrato indefinido de mi vida. Entonces (yo ya tengo cierta edad), sólo era necesario un año para dar el salto.
Así, con diversos altibajos, pero con la tranquilidad como cualidad predominante consolidé mi puesto en el periódico. Por delante, no se abrían grandes expectativas de progreso, pero lo cierto es que no me podía quejar en demasía. Trabajaba en lo que me gustaba. Por si fuera poco, fui compaginando el trabajo matriz con otras colaboraciones en otros medios, también remuneradas claro está, aunque de forma desigual.
Pero, de pronto, casi sin darme cuenta llegó el crack. Yo, con mis humildes rentas jamás había jugado a inversos, ni había adoptado riesgos de ningún tipo en los mercados. Por no tener, ni tenía relación con las hipotecas sub-prime (calificativo que me sonó a chino durante muchos meses, quizás demasiado, he de confesar). Sin embargo, como millones de personas, me vi golpeado por el tsunami generado por los ‘juegos de los todopoderosos’.
Los excesos de unos cuantos y los intereses particulares de otros (que, de pronto eran opuestos a los marcados hasta la fecha) me mandaron a las listas del paro. No estaba solo. Ni mucho menos fui el primero y aún mucho menos el último. De hecho, como reza un eslogan de un conocido banco de color naranja (qué contradicción recurrir a ellos en busca de inspiración), “cada día somos más”.
Por huir hacia delante, opté por realizar un máster, un importante refuerzo para el currículo personal y una forma de reciclarme y ganar capital humano. Iluso de mí, temía no estar a la altura de lo exigido ya que la materia (economía) era una piedra de Rosetta por descifrar.
El tiempo ha demostrado que me equivocaba, como tantas veces. La seriedad y profesionalidad de dicho máster dejaba mucho que desear (utilizó el pasado a propósito, esperanzado en que para el tiempo futuro cambie de verbo) en la mayoría de los casos. Aún así, y ante la que estaba cayendo ahí fuera, lo mejor era continuar y esperar a que el tiempo escampará para relax de las cejas de Zapatero y alivio de millones de familias.
Así llegaron las prácticas y con ellas la particular reforma laboral con la que me he encontrado. A diferencia de lo que les comentaba al inicio de esta entrada, buena parte de las prácticas que se nos ofrecen a través de la Universidad, no están remuneradas. “Es una asignatura de tu máster”, te contestan cuando muestras tu sorpresa, como subrayando, con razón, que los profesores no me pagan por darme clase. Eso sí, no deprimirse que en todos nuestros destinos nos anuncian experiencias como la vida misma, porque no vamos a ser simples becarios, sino que trabajaremos como un redactor/locutor/compañero/etc más.
Es decir, que, mientras antes recibía un sueldo (mejor o peor) por realizar un trabajo del que la empresa correspondiente se beneficiaba; ahora, no sólo no veré un duro sino que habré pagado (el dinero de la matrícula correspondiente al Prácticum obligatorio para obtener el título al final del curso) para poder realizar un trabajo como cualquier otro trabajador de la empresa correspondiente.
Espero de corazón que esto no llegue a oídos de Corbacho y el resto de agentes sociales que ‘nos’ (ENTRECOMILLADO, que quede claro) representan porque si no, ya me veo yo la reforma que se avecinaba.
PD: Antes dije que no sería lógico que los profesores nos pagasen por darnos clase. Bien, en algunos casos, habría que matizar mucho estas palabras dado el trabajo que desempeñan ciertos profesores respecto a sus alumnos. Pero es harina de otro costal.
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