sábado, 23 de octubre de 2010
Afortunados
No sé si a ustedes les ocurrirá, pero tras un parón prolongado sin colgar nuevas entradas en el blog, siempre me da cierto respeto abordar una nueva. Parece que ésta debe ser un poco especial o diferente. Un punto de apoyo o impulso. En esas andaba yo, divagando cual de las cuestiones que rondaban mi cabeza sería la mejor, cuando leí el artículo que Charles Kenny publicó en el último número de Foreign Policy: “La mejor década”.
No quiero explayarme mucho en él ya que creo que lo mejor será que lo lean directamente y que miren el presente y el futuro con optimismo.
Y es que, sí, es cierto, llueve y mucho; incluso parece que el horizonte anda lejos de escampar; pero también es cierto que, al menos la inmensa mayoría de los que leamos este artículo somos afortunados en buena medida.
LA MEJOR DÉCADA
El inicio del siglo XXI ha sido el más próspero para la historia de la humanidad, incluso para los más pobres.
Los últimos diez años han gozado de mala reputación y han recibido el nombre de Naughty Aughties (Los Traviesos 2000). Al parecer, merecidamente. La década comenzó con el 11-S y el escándalo de Enron, y se cerró con la crisis financiera global y el terremoto de Haití. Entre medias, hemos sido testigos del tsunami asiático y el huracán Katrina, la neumonía atípica y la gripe H1N1, por no mencionar los conflictos viciados de Sudán y Congo, Afganistán y ¡ah, sí! Irak. Teniendo en cuenta que nuestros cerebros parecen programados para recordar las tragedias más que los éxitos, resulta aún más complicado convencer a alguien de que la última década es digna de elogio.
Aunque estos terribles sucesos han supuesto una catástrofe humana y económica para millones de personas, no son un resumen para la mayor parte de los 6.000 millones de habitantes del planeta. De hecho, los primeros diez años del siglo han sido los mejores en la historia de la humanidad. El periodo en que más gente ha vivido más tiempo y de forma pacífica y próspera.
En 1990 casi la mitad de la población mundial subsistía con menos de un dólar al día. En 2007 la proporción se redujo en un 28%, y lo hará más aún en este 2010.
A pesar de que la crisis ha frenado el crecimiento de la riqueza, sólo ha supuesto una breve interrupción en la implacable escalada del producto interior bruto durante la década. De hecho, la renta anual media está en su más alto nivel, casi 10.600 dólares, unos 8.400 euros –con un crecimiento de casi un cuarto desde 2000.
Cerca de 1.300 millones de personas viven con más de diez dólares diarios, apuntando a una expansión de la clase media global. Los mejores datos indican incluso que el incremento en la calidad de vida ha sido más rápido en zonas pobres como el África subsahariana que en el mundo en su conjunto.
Todavía hay 1.000 millones de personas que se van a la cama cada noche desesperadamente hambrientas, aunque los precios de los cereales son hoy en día una pequeña parte de lo que eran en los 60 y 70. Ello, junto con el crecimiento continuado de la riqueza, explica el descenso en el porcentaje de población malnutrida de un 34% en 1970 a un 17% en 2008, incluso coincidiendo con un pico en los precios de los alimentos. La productividad agrícola también continúa incrementándose. De 2000 a 2008, las cosechas de cereales duplicaron el índice de crecimiento de la población en el mundo desarrollado.
También estamos ganando la batalla contra las enfermedades infecciosas. En 2009 la gripe H1N1 mató a 18.000 personas, de acuerdo con la Organización Mundial de la Salud. Su impacto, sin embargo, ha sido mucho menor de lo que las predicciones apocalípticas aseguraban. De hecho, las pandemias están disminuyendo. Entre 1999 y 2005, gracias a la comercialización de las vacunas, el número de niños que morían anualmente de sarampión decreció un 60%.
La proporción de bebés vacunados contra la difteria, la tos ferina y el tétanos ha pasado de ser menos de la mitad a un 82%, entre 1985 y 2008.
Aún quedan puntos negros, como las infecciones por VIH/sida, pero la cifra tiende a retroceder poco a poco.
El panorama global es de una sustancial mejora en la salud. Entre 2000 y 2008, la mortalidad infantil cayó más de un 17%, y las personas añadieron de media dos años a su esperanza de vida.
Los avances en la alfabetización y en la extensión del conocimiento en sociedades pobres han contribuido mucho a los mencionados logros en la sanidad. Más de cuatro quintos de la población mundial pueden ahora leer y escribir –incluyendo dos tercios en África–. La proporción de jóvenes en el mundo que asisten a la universidad ha subido de menos de un quinto a más de un cuarto de 2000 a 2007. El progreso en educación ha sido especialmente rápido para las mujeres, una señal de mayor igualdad entre sexos. Nadie puede decir que la batalla haya terminado, pero los logros son impresionantes: por ejemplo, el por- centaje de mujeres parlamentarias se ha incrementado de un 11% en 1997 hasta un 19% en 2009.
Incluso las guerras de los últimos diez años, trágicas como han sido, son menores comparadas con la violencia y destrucción de décadas y siglos anteriores.
El número de conflictos armados –y el total de sus víctimas– ha seguido cayendo desde el final de la guerra fría. En todo el mundo, el total de bajas ha descendido un 40% de 2000 a 2008. En el África subsahariana, cerca de 46.000 personas murieron en conflictos en 2000. Ocho años después, el número se había reducido a 6.000. El total de los gastos militares como porcentaje del PIB mundial es más o menos la mitad que en 1990. Europa, hasta hace poco dividida en dos frentes de batalla, ha disminuido su presupuesto en defensa de 744 billones de dólares en 1988 a 424 en 2009.
El historial estadístico no nos permite ir lo suficientemente atrás en el tiempo como para saber con certeza si esta década ha sido la más pacífica en términos de muertes violentas per cápita, aunque no hay duda de que registra los índices más bajos de los últimos 50 años.
Por otro lado, el pernicioso efecto del hombre sobre la naturaleza ha acelerado el índice de extinción de plantas y animales, alcanzando las 50.000 especies anuales. Pero incluso en este apartado ha habido buenas noticias. Hemos con seguido invertir la primera crisis atmosférica provocada por el ser humano, prohibiendo los clorofluorocarbonos. En 2015, el agujero del ozono en el Antártico se habrá reducido cerca de 640.000 kilómetros cuadrados. Parar el cambio climático está resultando un proceso muy lento. No obstante, en 2008 el G-8 se comprometió a reducir a la mitad las emisiones de carbono a la atmósfera con vistas a 2050. Una serie de avances tecnológicos –desde células de combustible de hidrógeno a bombillas fluorescentes compactas– sugieren que un futuro ausente de carbono no significaría renunciar a un alto nivel de vida.
La tecnología no ha hecho más que mejorar la eficiencia energética. Hoy en día existen más de 4.000 millones de consumidores de teléfonos móviles, en comparación con los 750 millones del comienzo de la década. Los aparatos son utilizados para procurar servicios financieros en Filipinas o controlar los futuros precios de las materias primas en Vietnam.
Quizá la tecnología también sea responsable de la asombrosa desconexión entre la realidad del progreso mundial y la percepción de la decadencia. Tenemos más capacidad que nunca de presenciar la tragedia de millones de nuestros congéneres en televisión y en Internet. Por ello, estamos más furiosos que nunca de que ese sufrimiento continúe en un mundo lleno de maravillas tecnológicas y abundancia económica.
No obstante, si usted tuviera que elegir una década en la historia para vivir, ésta sería sin duda la primera del siglo XXI. Un mayor número de personas ha vivido con más libertad, seguridad, longevidad y riqueza que nunca.
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